domingo, 8 de julio de 2012

MIS DIEZ FAVORITAS BANDAS DE METAL




me llega al shopping center

Me llegan al shoping center la señora Rhonda Byrne y todo sus rollos sobre la ley de atracción,
 El floro barato de Miguel Angel Cornejo ,
 La literatura de autoayuda,
 El diario el Comercio,
 Un frapuccino en el Starbuck,
El último libro de Jaime Bayly,
El último restaurante de Gastón Acurio,
La marca Perú y el Cuy Magico,
Intentar ser un sumiller en una ciudad chelera,
Chupar los días sábados,
Chupar los domingos,
Chupar los feriados La publicidad peruana racista,
 La cumbia,
Las baladas de los 90,
 El metalcore,
Las mujeres de plástico,
Las mujeres de arena,
Las mujeres calabaza,
Ir de compras a Asia,
El loco Vargas, Claudio Pizarro, Kina Malpartida y Natalia Malaga,
 Los antimineros,
 Los anticonga,
Los anticipriani,
Los antitoreros,
 La falsa cortesía de los cajeros bancarios,
La gente que arroja papel al piso,
Metaleros que hacen cuernitos,
Reggetoneros punteando,
La poesía de Arjona
Y los consejos de Rampolla, P
or el contrario prefiero aprender,
Algo de historia, otro idioma,
el beso De una dulce mujer,
el sonido del motor de un auto antiguo,
Una caminata por la playa al anochecer,
Todo ello prefiero en un mundo corroído.

domingo, 24 de abril de 2011

Moon-Face de Jack London

Me falta tres meses para terminar el curso de Ingles en el Icpna y este mes me han dejado leer un cuento de una pagina sobre escritores estadounidenses y me di con la sorpresa de descubrir a un genial escritor Jack London , acá les dejo el enlace de wikipedia n y copio tambien la versión traducida de uno de sus cuentos Moon-face o cara de luna
CARA DE LUNA

La cara de Juan Claverhouse era un fiel trasunto de la luna llena; ya conocen ustedes el tipo: los pómulos muy separados, la barbilla y la frente redondas, hasta confundirse con los rubicundos mofletes, y la nariz ancha y corta, como una pelota de pan aplastada en la pared, ocupando el centro de la circunferencia.

Quizá fuera ésta la razón del odio que sentía por él; su presencia me resultaba insoportable, y lo conceptuaba como una especie de mancha sobre la tierra. He llegado a creer que mi madre, durante el embarazo, tuvo algún antojo, algún motivo de resentimiento con la luna; qué sé yo...

Sea por lo que fuere, lo cierto es que yo lo odiaba, y no debe creerse que él, por su parte, me había dado motivo alguno, por lo menos a los ojos del mundo; pero la razón existía, no cabe duda, aunque tan oculta, tan sutil, que no encuentro palabras con que poder expresarla. Todos conocemos esta clase de antipatías instintivas; vemos por primera vez a un desconocido, a una persona cuya existencia ignorábamos y, sin embargo, en el momento de verla decimos: “No me gusta ese hombre o esa mujer”. ¿Por qué no nos gusta? ¡Ah! Lo ignoramos; no sabemos sino que es así, que nos cae antipático; eso es todo. Tal fue mi caso con Juan Claverhouse.

¿Con qué derecho era dichoso un hombre semejante? Nunca vi optimismo como el suyo; siempre risueño, siempre contento y siempre encontrándolo todo bien, ¡maldita sea!...

No me importaba nada la alegría de los demás; todo el mundo puede reír, hasta yo... antes de conocer a Claverhouse; pero la risa de éste, aquella risa, me irritaba, me enloquecía, me ponía furioso, fuera de mí... Era una pesadilla constante, a la que no podía sustraerme, un demonio maldito, cuyo abrazo infernal me ahogaba. ¡Qué risa! Estentórea, homérica, gargantuana; despierto o dormido, su vibrante sonar me arañaba el corazón como con las púas de un peine gigantesco. La oía al despuntar el alba, a través de los campos, y sus ecos me robaban las delicias de un plácido despertar; la oía bajo el cielo clarísimo del mediodía, cuando la Naturaleza entera parecía dormir borracha de luz y de calor, y sus “¡ja! ¡ja!” se elevaban sonoros en el silencio de los valles; y la oía en medio de la noche, en que me despertaba el irritante chasquido de aquella risa diabólica, haciéndome dar vueltas en la cama y clavarme las uñas en las palmas de las manos, en un paroxismo de rabia impotente.

Más de una madrugada me levanté con el único objeto de desparramar sus rebaños por las campiñas sembradas, y sólo conseguí escuchar otra vez, por la mañana, su eterna risa, mientras los congregaba de nuevo en sus rediles.

-Pobres bestezuelas -decía-. ¡No tienen culpa, al ir donde su instinto las lleva, buscando mejores pastos!...

Tenía Claverhouse un perro que atendía por Marte, un hermoso animal, mezcla de mastín y galgo, con rasgos característicos de ambas especies. Marte, más que su perro favorito, era casi un amigo para él, y siempre se les veía juntos.

Después de una paciente espera, llegó el día y la hora de poner en práctica mi maquinación. Con halagos atraje al animal, y un pedazo de carne con estricnina hizo el resto, aunque perdí mi tiempo y mi habilidad de una manera lastimosa, pues la risa de Juan siguió siendo tan frecuente como antes y su cara se parecía cada vez más a la luna llena.

Entonces prendí fuego a sus trojes y a sus graneros, y a la mañana del día siguiente, que era domingo, lo encontré tan alegre como de costumbre.

-¿Adónde va? -le pregunté cuando nos cruzamos.

-A pescar truchas -me dijo contentísimo-; me entusiasma la pesca.

¿Ha existido jamás un hombre semejante? Sus trojes y sus hórreos no estaban asegurados -lo sabía-, y el incendio había convertido en humo su fortuna; pero allá iba, lleno de regocijo, en busca de una cesta de truchas, simplemente porque “le entusiasmaba la pesca”.

Si en aquel momento hubiera visto en su cara la expresión de la pena, por poca, por ligera que ésta hubiera sido; si la cara se le hubiese alargado, perdiendo aquel aspecto de luna llena, quizá le habría perdonado el crimen de existir; pero, por el contrario, la desgracia parecía aumentar su alegría.

Lo insulté a propio intento, y no vi en su cara signo alguno de despecho; todo lo más, un gesto de sorpresa bondadosa.

-¿Pelearnos?... ¿Y por qué? -me preguntó con lentitud, y añadió, echándose a reír-. ¡Ja,ja! ¡Qué gracioso es usted! ¡Ja, ja!... De verdad, me hace usted muchísima gracia.

¿Qué hacer? La cosa era horrible, inverosímil, inaguantable... ¡Cómo lo odiaba, Dios poderoso!...

Luego, aquel nombre: Claverhouse. ¿Por qué Claverhouse? Me hacía la pregunta mil veces. No me hubiera importado que se llamara Smith, Brown, Jones; pero... ¡Claverhouse!... ¿Es posible que exista alguien con semejante nombre? “No”, me responderán ustedes, y “no", me respondía yo mismo.

Pensé en su hipoteca y en la imposibilidad de que la pagara, cuando sus cosechas se encontraban destruidas. Bien pronto encontré un prestamista astuto e inhumano que se quedó con todos los créditos, y aunque yo no figuré para nada en la transacción, pude, por medio de este agente, forzar el vencimiento, para tener el gusto de avisar a Claverhouse de los pocos días (ni uno más de los que marca la ley) que le restaban para abandonar la casa y la finca donde había vivido durante veinte años.

Después fui a verlo, esperando leer, al fin, la desesperación en sus ojos; pero ¡ca!; lo encontré sonriente, con su eterna cara de contento y... ¡más parecida que nunca a la luna llena!

Me recibió riendo a carcajadas.

-¡Ja, ja, ja!... ¡Pero qué gracioso es este chiquillo mío! Figúrese usted que estaba jugando en la orilla del río, cuando un trozo del ribazo cayó al agua y lo salpicó, y me dice: “¡Oye, papá! ¡Un charco se ha levantado y me ha dado en la cabeza!..."

Y se detuvo, aguardando, sin duda, a que yo me echara a reír.

-Pues no veo la gracia -le contesté con brusquedad y sintiendo que la cara se me agriaba por momentos.

Me miró con asombro, y luego empezó a extenderse por la suya el resplandor suave de que les he hablado, y que la tornaba casi luminosa:

De nuevo empezó a reír:

-¡Ja, ja!... ¡Esto sí que está bueno!... ¡Que no le ve la gracia!... ¡Ja, ja, ja!... ¡Que no se la ve!... Pero, venga usted acá, venga usted acá; usted ya sabe que los charcos...

No lo dejé terminar; di media vuelta y me marché. ¡Era el colmo! ¡Ya no podía resistirlo! Se hacía indispensable acabar de una vez; era preciso libertar al mundo de semejante monstruo...

Y mientras subía lentamente la colina, su risa maldita me perseguía, resonante siempre, siempre...

*

Me precio de hacer las cosas bien, y cuando resolví matar a Claverhouse estaba dispuesto a hacerlo en forma tal y con tal habilidad, que el recuerdo de mi acción no pudiera avergonzarme nunca. Declaro que aborrezco la torpeza y que siempre me inspiró antipatía la violencia y la fuerza bruta. Matar a un hombre a puñetazos, por ejemplo, tiene todos los caracteres del vandalismo, y me repugna hasta pensar en ello; de modo que la idea de disparar un tiro, clavar un puñal o asestar un golpe ni siquiera entró en mis cálculos; además, no sólo era cuestión de hacerlo bien, científicamente: quedaba por resolver la indispensable forma de evitar que pudieran recaer sospechas sobre mí.

Pensé mucho en ello, y por fin, tras una semana de trabajo mental, encontré lo que buscaba, y me dispuse a poner en obra mi pensamiento.

Empecé por comprar una perra de aguas de cinco meses, y me dediqué en cuerpo y alma a inculcarle la educación necesaria. Si alguien me hubiera observado con atención, pronto se hubiera dado cuenta de que sólo la adiestraba en devolverme las cosas que yo arrojaba lejos de mí.

La perra, a la que di el nombre de Belona, me traía los palos que le tiraba al agua, y no solamente me los traía, sino que lo efectuaba en seguida, sin vacilar, morderlos ni jugar con ellos. Le enseñé a correr detrás de mí con un objeto en la boca, hasta alcanzarme, y como se trataba de un animal listo y despierto, pronto tuve el gusto de ver que mis lecciones fueron bien aprovechadas.

En la primera ocasión favorable regalé el animal a mi enemigo, y al hacerlo, como se comprenderá, llevaba mi idea, pues de antiguo conocía su flaqueza y su hábito inveterado de infringir cierta ley de pesca.

-No -me dijo cuando le puse la traílla en la mano-, no, esto no es en serio, ¿verdad? -y se reía, con su risa ridícula, que le retozaba por toda la cara mofletuda y reluciente-. Yo... yo... pensaba... Vamos, creía, creía que... no le era a usted muy simpático -continuó el imbécil-. ¿Verdad que tiene gracia que haya vivido equivocado, eh?

Y reía, reía hasta desternillarse. ¡Canalla!

-¿Cómo se llama? -me preguntó.

-Belona.

-¿Belona? ¡Ja, ja! ¡Qué nombre más raro!

Rechinando los dientes, que su estúpida alegría me ponía de punta, le contesté:

-Belona era la esposa de Marte.

-¡Ah, ya comprendo, comprendo! Sí, claro, Marte se llamaba mi perro. Bueno, pues... ¡se ha quedado viuda esta Belona!

Ya estaba bien lejos de la cuesta, y todavía llegaban a mí sus carcajadas.

Pasó la semana, y el sábado le dije:

-Se marcha usted el lunes, ¿no?

-Sí -respondió, sin dejar de sonreír.

-Entonces, no podrá meter mano a las truchas antes de irse...

-No sé... no sé -me replicó, sin reparar en el tono agrio de mi pregunta-. De todas maneras, mañana pienso probar... ¡Ja, ja!...

Su respuesta me tranquilizó, y me marché a casa satisfecho.

Al día siguiente, muy temprano, lo vi salir con saco y red, acompañado de Belona, y como tenía la certeza del sitio adonde se dirigían, tomé un atajo y pronto llegué a la cima de la montaña, que bordeé ocultándome, hasta avistar el valle en el cual el riachuelo formaba una pequeña cascada y más allá una laguna límpida y tranquila que reposaba entre las breñas.

Era el sitio, y sentándome en el suelo entre la maleza, desde donde dominaría el espectáculo, encendí mi pipa y esperé tranquilo el desenlace.

Bien pronto, Claverhouse apareció vadeando la corriente del riachuelo, seguido de Belona, que correteaba a su alrededor. Ambos, hombre y animal, llegaban contentos, y los ladridos cortos y vibrantes del uno se confundían con los gritos guturales del otro. Ya junto al remanso, vi que Claverhouse arrojaba la red y el morral al suelo y sacaba del bolsillo algo parecido a una vela gorda y grande. Yo sabía lo que era: un cartucho de los gigantes, pues en eso consistía su sistema para pescar truchas: atontarlas o matarlas con dinamita. Le puso la mecha, envolvió el cartucho en un pedazo de tela, le prendió fuego y lo tiró con fuerza al charco.

Como un relámpago, Belona se precipitó tras él, mientras yo hubiera gritado, de puro gozo, al verlo. En vano Claverhouse llamaba a la perra a gritos; en vano la tiroteaba con piedras y ramas: el animal nadaba rápidamente, y al poco tuvo el cartucho en la boca se dirigió con él hacia la orilla. Entonces, por primera vez, pareció darse cuenta del peligro a que estaba expuesto, y echó a correr por entre la maleza. Mis planes se realizaban a la perfección; la perra, al llegar a la orilla, emprendió sin vacilar su persecución, tal y como yo le había enseñado a hacer conmigo.

¡Oh! El espectáculo era grandioso, y bien merecía el trabajo que me costó prepararlo.

Como ya he dicho, el pequeño remanso formaba el fondo de una especie de anfiteatro natural, y el arroyo tenía pasaderas de piedra a la entrada y a la salida. Claverhouse, seguido de Belona, corría dando vueltas y más vueltas de un lado a otro; ambos, pasando y repasando la corriente, como dos bolas dentro de un plato, persiguiéndose, en un divertido e interesante juego. Nunca hubiera creído que un hombre de su aspecto poseyese tal ligereza, pues Claverhouse corría con una velocidad asombrosa, mientras la perra lo seguía de cerca, ganando terreno a cada paso, a punto de alcanzarlo... Y en el momento en que se tocaban, él a toda carrera, ella con el hocico casi junto a su rodilla, se produjo la explosión: un relámpago, una nube de humo blanquecino y una detonación formidable que retumbó en la montaña... Donde habían estado el hombre y el perro no quedaba sino una hondonada en el suelo de la planicie...

*

El juez calificó el suceso de “muerte accidental en la circunstancia de hallarse pescando por medios prohibidos”.

He aquí por qué me precio de la forma delicada y artística que empleé para acabar con Juan Claverhouse. No hubo brutalidad, no hubo torpeza; nada de qué tener que avergonzarme, convendrán ustedes conmigo.

Y ya su risa infernal no repercute sus ecos entre mis queridas montañas ni me irrita la aparición de su estúpida cara de luna.

Mis días transcurren plácidos y por las noches duermo tranquilamente como un niño...

FIN

jueves, 26 de agosto de 2010

Jaime Bayly el Humberto Grieve de la TV

Una vez mas Jaime Bayly logró echar de la televisión a Beto Ortiz a quien le corresponde estar ahora en la hoguera de la bruja Magali Medina ante toda su audiencia (adicta a la telebasura). Recuerdo de niño leí el relato Paco Yunque de Cesar Vallejo, no llegué a comprender el trasfondo del relato, yo aun tenía diez años pero sentí una gran frustración ante el abuso de poder que hacia el niño Humberto Grieve, el cuento lo presté a algunos amigos que luego me dijeron que estaba buenazo, sin duda la pluma del gran vate Vallejo caló hondo en nuestras nobeles almas.
Al ver el accionar del señor Jaime Bayly en los últimos tiempos siento que se comporta igual que el niño Humberto Grieve agrede a quien le toque un pelo o se interponga en su camino, es un mono con metralleta o un demente que ventila su propia mierda, al que nadie puede tocarlo sin terminar manchado. Ja, un tipo que quiere ser presidente y critica a dictadores como Chávez o Fidel y que sin embargo ha mostrado sus mismos conductas.
El pecado mortal que ocasiono la ira del Dios Bayly fue un par de reportajes que se propagaron en el programa Enemigos Públicos donde se hace un recuento de algunas de las extravagancias y despilfarros de dinero que el señor Jaime Bayly , detallo en una crónica en un diario local unos días antes, http://peru21.pe/impresa/noticia/menos-que-cero/2010-08-09/282077.
Debo reconocer que el relato de Jaime Bayly es muy divertido y se muestra como un ser demente, el titulo del relato es el mismo que de la primera novela del maldito escritor norteamericano Bret Easton Ellis, “Menos que Cero”. Escritor al que Jaimito idolatra y el leerlo tanto lo está transformando en uno de sus personajes ( Patrick Bateman).
Prendo la televisión y Jaime Bayly continua con el despedazamiento de Beto Ortiz ahora muestra un video sobre una acusación que el señor Ortiz tuvo en su contra hace diez años por corrupción de menores y la cual el señor Ortiz lo cuenta en su primera novela “Maldita Ternura”.
La historia aun no termina, me pregunto quién será la próxima víctima de este demonio, debemos quedarnos callados ante este infame y demente personaje?

domingo, 7 de febrero de 2010

Lipemanía

Días naranjas,
azucenas cortadas,
universo en transición.

Cruces ebrias,
azul fantástico,
topacio fragmentado.

Corona negativa
paciencia instintiva
sentido contrario.

jueves, 4 de febrero de 2010

Verano estuante, verano estuoso ( 2003)

Verano estuante
Tu rodilla y mi rodilla
Sentados sobre la piedra

Verano estuoso
Me hablas de Kafka
Arrojo piedras al mar

Verano estuante
Tus ojos se pierden entre las gaviotas del horizonte

Verano estuoso
Apenas te robo un beso

domingo, 10 de enero de 2010

Metallica en Lima


Hace unas horas estuve lateando por Plaza San Miguel, fui a sacar dinero de un cajero, y de pronto aparecí en la cola de Teleticket comprando la entrada más barata para ir al concierto de Metallica , en el estadio de la gloriosa Universidad Nacional Mayor de San Marcos, recién al año de comenzar a escuchar metal desvié mi atención hacia Metallica, fue un año muy duro para mi , aun tenia 15 años y trabajaba como peón de albañil , el trabajo era duro y en una semana de paga me compré algunas cintas piratas, recuerdo esa vez compré tres cintas : And Justice for All y Master of Puppets de Metallica y Peace Sells…but who`s buying? … de Megadeth . Luego vino el disco negro de Metallica el cual lo compre también en cinta pirata y tiempo después un disco original, el cual por cierto no lo encuentro, bueno no tengo muchas expectativas con el concierto, fue una de mis bandas favoritas y me imagino mucha pirotecnia y todo ello ese día.

viernes, 9 de octubre de 2009

CADA DOMINGO A LAS DOCE... ARTURO " ZAMBO" CAVERO


Ha muerto hoy el más grande cantante de música criolla del Perú , que pena no haber podido disfrutar su arte en vivo.Recuerdo a mis diez años de edad, caminando con mi familia a casa,pasamos por el mítico local llamado Jíbaro en La Perla, mi padre nos hizo parar y dar la mano al gran Arturo" Zambo" Cavero que no se porque razón se encontraba solo parado afuera del local , tomando aire.

martes, 18 de agosto de 2009

EL GRAN CHEO FELICIANO, SALI PORQUE SALI

EL GRAN CHEO FELICIANO, UNO DE LOS MEJORES CANTANTES DE SALSA, Y UNO DE SUS MEJORES TEMAS

viernes, 14 de agosto de 2009

KAMELOT


Me encuentro solo en mi cuarto oyendo el disco “The Black Halo “ de la banda de power metal norteamericana llamada “Kamelot”, uno de mis discos favoritos, escuché Kamelot por primera vez a finales del año 2,001, cuando compré una cinta pirata del disco “Karma”, desde ese momento me quede “templado” de esta grandiosa banda, me ha acompañado en grandes momentos de este milenio, espero algún día vengan a Perú y sin duda seré el primero en ir a verlos.